lunes, 2 de marzo de 2009

¡Mentiras que vuelan!

Pues... esta siempre ha sido mi historia, tengo el mal hábito de no conocer verdaderamente a la gente o por el contrario creo que les conozco de verdad, sin la más remota duda. Lo malo es que no importando mucho eso, siempre termino estando equivocada, y siempre lo noto en los momentos menos adecuados o donde en definitiva no me es nada útil saberme equivocada.

Que me mienten o no... La verdad muchas veces me es indiferente y vivo como cegada por un manto. Quizás es tan solo que confió demasiado y vivo así día tras día, tras día... En fin... a lo que me gustaría llegar es a una de esas tantas ocasiones en donde, ya tardíamente, me doy cuenta de ello; y bueno, la verdad no importa cuánto me pase, nunca aprendo.

La última ocasión fue muy impactante... recuerdo verlo sentado ahí, acusado de un incidente, le conocía de toda la vida, y aun así era incapaz de saber qué posición tomar. Le habían acusado de un incendio.

Con lagrimas en los ojos le pregunte muchas veces, le implore que me dijera la verdad... y con sus ojos marrones fijos en los míos me lo negaba una y otra vez. Todas las pruebas lo delataban, era evidente, ¡era culpable! y él ¡me mentía! me mentía con descaro, me sostenía la mirada de regreso y me decía un ¡NO! con una seguridad que asqueaba por la cantidad de cinismo.

Todos, todos sabíamos la verdad, todos y cada uno de nosotros sabía lo correcto… Si no ¿por qué la mayoría lo diría? ¿Por mala fe? no lo creo, más bien era porque la sentencia era la correcta: Él era el culpable; e impúdicamente reclamaba justicia; clamaba por otro nombre, según Él era el nombre del verdadero culpable…

¡Acaso eres ingenua! ¡Qué la realidad no te golpea! ¡No te das cuenta! me decían todos sin parar, si me veían titubear por pensar que tal vez no era culpable... pero cuando las suplicas de sus mentiras me hacían doblegar mi juicio, aunque fuera un poco, los demás me corregían. Él me abrumaba con sus descaradas palabras, entre las luces escasas del pasillo, entre la humedad de las paredes pidiendo que lo apoyara en su mentira… como me hace daño pensar en esos momentos en que casi me hizo caer...

Cuando al fin fue llevado a juicio, ante todos, dándose a conocer el veredicto final, culpable del incendio con la finalidad de matar a las personas dentro de esa estructura tan endeble, la gente gritaba ¡Asesinato! ¡Asesino! ¡Culpable! … recuerdo con claridad sus últimas palabras que entraban carcomiendo mis sentidos:

-¡¿Por qué no me crees?! ¡Pensé que éramos amigos!- gritaba desde aquel estrado, era desgarrador verlo y aun mas oírlo.

-¡Yo si te creo!- le decía a manera de consuelo ante lo inevitable, con lágrimas en los ojos.

-¡Haz algo entonces!- decía insistente y desesperadamente, escupiendo saliva, con los ojos desorbitados por el miedo.

-Las pruebas te acusan querido, yo no puedo hacer nada- le decía mientras trataba de que creyera que estaba cegada por su mentira.

Vi como le ahorcaban, como pataleaba, y al final como quedaba su lengua expuesta, esa que incluso en el último momento siempre me dijo mentiras…


Camine lejos de ahí no soportaba ver su expresión… con una mano extinguieron su aliento. Pobre, pensaba, mientras cabizbaja regresaba a mi casa lentamente.

A la mañana siguiente, alguien se dijo el verdadero culpable, alguien al cual yo también conocía, dio pruebas y dijo como planeo todo, incluso la culpabilidad del otro al cual ya habían juzgado. Cuando la noticia se esparció por todo el lugar, me sentí indudablemente culpable por la muerte de mi querido amigo… me daba cuenta de lo malo que es el sistema de justicia guiado por las muchedumbres, que desconocen todo detalle… y mas cuenta me daba yo del poco juicio y convicción que tengo, de lo mal que conocía a ambos, pero aún más de lo peor que me conocía a mí, esa persistente desconfianza invasora que me arrastra con el vulgo… pero ya era demasiado tarde para esa reflexión…

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